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Estabilidad vs Resiliencia

Hace dos meses el marido de una amiga mía se ha quedado sin trabajo. Tiene 50 años, y una carrera de más de 20 en la misma empresa.

Fue una sorpresa para todos, y sin desmerecer por supuesto al propio shock familiar, especialmente para mí. Estaba cometiendo el gran error de dar por hecho que, todas aquellas personas de mi entorno que tenían la “suerte” de encontrarse en esa situación de estabilidad profesional “clarísima” por la cantidad de años dedicados a su empresa, disfrutarían a su vez del honor de la tranquilidad en su futuro, partiendo por supuesto del hecho de que se trata de buenos profesionales.

Cuando me puse en contacto con mi amiga para darle ánimos a ella y a su familia, me di cuenta de lo poco que benefician esas realidades en un mundo tan voluble y cambiante como es el actual. Os preguntareis por qué estoy diciendo esto…

Seguramente todos tenéis a vuestro alrededor conocidos o amigos de los que pensáis que en la vida les ha ido bastante bien, sin incidentes negativos destacables ni personal ni profesionalmente; en cambio, parece que otros tienen que vivir en un permanente carrusel que les obliga a caer de nuevo justo cuando empiezan a levantar la cabeza con mucho esfuerzo (yo tengo el “privilegio” de pertenecer a este último grupo).

Pues bien, los primeros están tan acostumbrados a vivir en esa “idílica” situación, que cuando viene el “golpe” pueden ser o no capaces de soportarlo, pero desde luego, si no lo hacen, la tensión acaba repercutiendo no sólo en ellos mismos, sino también en su entorno más directo. Empiezan los problemas. Su resiliencia es prácticamente inexistente en la medida en que nunca han tenido que “trabajarla”, si es que se puede usar este término así.

Es el caso de mi amiga. En aquella primera llamada, cuyo objetivo no era otro que motivarla y tranquilizarla, viví una doble sensación: por un lado, quería quitarle importancia a lo que, para mí, desde luego, no era más que un pequeño bache con solución, y que no alteraría para nada la tranquilidad familiar al menos a medio plazo (ella está trabajando, y conozco las capacidades profesionales de su marido). Pero por otro lado, viendo cómo se estaba enfrentando al problema, me di cuenta de lo incapaz que ella había sido de ponerse en el lado de los demás hasta ese momento. Para poneros un símil: es como si una persona que está enferma de cáncer, llama a un amigo que se acaba de romper un brazo, y parece que es este último el que no sabe cómo salir de ese problema “tan grave”…

Después de vivir esto me he dado cuenta de que, quizás, a las personas que no nos ha quedado más remedio que “trabajar” la resiliencia, se nos vea de la forma equivocada: tú eres muy fuerte… qué positiva eres… qué capacidad de enfrentarte a los problemas… qué energía…, pero lo cierto es que probablemente no nos haya quedado más remedio que ser eso: fuertes… positivos… resolutivos… O era eso, o nuestra familia se hundía ¿qué podíamos hacer? ¿Hundirnos con ella?

He querido escribir esto porque el marido de mi amiga ya ha empezado a trabajar (tan solo han pasado ¡¡dos meses!!), precisamente cuando el mío vuelve a quedarse sin trabajo… una vez más…

Por supuesto, he felicitado a mi amiga, pero curiosamente, ahora que su vida vuelve a ser “estable”, y pensaba que todo volvería a su sitio, no está siendo así. Las taquicardias han aparecido en su vida. ¿Por qué?. Por cómo ha “gestionado” esta situación.

La solución sólo está en ella misma, y la única forma que he encontrado de aportar mi pequeño granito de arena y que se dé cuenta, no es otra que hacerle esta humilde reflexión, que me gustaría compartir con todos vosotros.

En la vida todo es relativo amiga, ya te han sacado el yeso del brazo, pero recuerda, debes estar preparada por si algún día se rompe otra vez…

Estabilidad vs Resiliencia

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