Queda ya muy lejos aquella época en la que el concepto de trabajo estaba ligado a la explotación, al vivir para trabajar y a la sensación de que para percibir un salario debíamos de sufrir, pues si no era así, quizás no nos estábamos esforzando lo suficiente. También es cierto que esta percepción de lejanía puede verse en sectores o actividades localizados en países desarrollados, puesto que aun en el siglo XXI, la precariedad y la injusticia en las condiciones laborales a nivel global ganan por mayoría absoluta al respeto de las más básicas condiciones humanas.
Se denomina ”trabajo” a toda aquella actividad, ya sea de origen manual o intelectual que se realiza a cambio de una compensación económica, por lo tanto se trabajaba para obtener los recursos necesarios para vivir. Pero el resultado de tal situación que no se contempla en la anterior definición, era que se obtienen vidas plagadas de experiencias, que en el fondo son meros trámites para obtener un resultado final, es decir, se trabajaba para obtener recursos básicos de alimentación, vivienda etc, pero sin detenernos en la propia experiencia de trabajar.
En la actualidad, en una mera relación comercial en la que realizamos una transacción económica para obtener un producto o servicio, se tiende a que el propio camino que nos lleva a adquirir aquello que deseamos sea una experiencia gratificadora en sí misma.
Todos conocemos por ejemplo, una marca líder de equipación deportiva que utiliza sus enormes locales para hacer disfrutar a sus clientes con experiencias deportivas como rocódromos, circuitos, mesas de pin pon, pádel mientras se adquieren los artículos.
También hay marcas de ropa que en sus puntos de venta organizan conciertos de música, exposiciones de arte, cafeterías, creando espacios de ocio.
Existen cadenas de bricolaje en la que el consumidor, aparte de disfrutar de una merienda especial, asiste a demostraciones o tiene espacios lúdicos reservados para niños convirtiendo la mera acción de adquirir un producto, en una experiencia agradable y un momento de expansión.
En el ámbito laboral, las empresas se modernizan e invierten en sus departamentos de Recursos Humanos para crear entornos de trabajo seguros, saludables y agradables en los que el trabajador pasará buena parte de su vida. Las empresas tienen que seducir a los mejores trabajadores asegurándoles que si acceden a formar parte de sus equipos vivirán buenas experiencias, y difundirán como es trabajar en esa compañía fomentando el employer branding, que en definitiva consiste en trabajar su marca empleador, cuidándola para que sea atractiva para aquellos trabajadores talentosos y de esta forma reducirá costes de reclutamiento invirtiendo el efecto llamada, pues serán los candidatos quien llamarán a su puerta.
Pero… ¿y el trabajador? ¿Los trabajadores somos conscientes de lo que tenemos que vender para ser atractivos para las empresas? ¿estamos preparados para convertirnos en usuarios de experiencias laborales?
Hasta ahora, que una empresa establezca un contrato de trabajo con su empleado quiere decir que la Empresa compra el tiempo del trabajador a cambio de una retribución y ese tiempo que ha comprado a cambio del salario y costes asociados, deberá de rentabilizarlo a través de la venta de los productos o servicios que genera para que la operación sea beneficiosa.
La situación laboral a la que tendemos, es que la relación real y lógica entre el trabajador y la empresa sea que el trabajador, por la venta de su tiempo a la empresa empleadora comprará una retribución económica, pero también una experiencia, y esta debe de ser tan o más importante si cabe que la propia contraprestación económica.
Si admitimos esto, en el marco del contexto de una relación laboral, el concepto trabajador/ trabajo se difuminaría dentro de algo muchísimo más amplio y complejo como sería usuario/ experiencia.